Si muriese me gustaría hacerlo en Llocllapampa. Me gustaría hacerlo de mañana, escuchando el silbido de los pájaros- que siempre me despertaron-, o quizá de noche en la silenciosa oscuridad que me tiene acostumbrado.
Si muriese fuera de mi casa, pero en LLocllapampa, sería en el cementerio donde cada vez que tengo tiempo me entristezco al ver como muere los días; o podría ser en la antigua estación ferroviaria, donde siempre añoré ver los vagones cargados de gentes y emotivas despedidas.
Pero si decidiese vivir me iría en la plaza de armas- llamemos así-; escuchando la tenue música triste de la Pachahuara, o marcando el paso de la tunantada a paso alegre. También correría despavorido al jolgorio de los graciocísimos Corcobados, con esa zumba que latiga mis más ondas penas.
Si me fuese a otro lado a morir o vivir me daría igual, me sería indiferente lo que pasé conmigo, pero mi mente estaría en mi casa, mis inolvidables caminatas con los entrañables amigos, las divertidas noches en las discotecas improvisadas con luces precarias, los atardeceres retonsando de felicidad en el campo, sentarme en la esquina al costado del poste de alumbardo con todas las amistades; o beber las mezcla enigmática del aguardiente en the Temple.
No quiero buscar otro lugar donde la necesidad me destierre. No lo deseo, quiero quedarme aquí, sentarme una tarde y ver que Llocllapampa, mi querido pueblo, sea grande como esta emoción, y que los hijos de mis hijos sientan el mismo sentimiento. Por ahora no me voy, estoy aquí, estaré hasta que mis huesos me obliguen a resistir de este pensamiento, y mis sesos no piensen más.